Los días veraniegos habían sido
tediosos y nada agradables desde que volviese del viaje. Interminables y
calurosos, habían extendido sus jornadas a lo largo de las semanas, sin apenas
vislumbrarse en ellos la promesa del ansiado otoño.
No obstante, aquella tarde que
tanto se asemejaba a las demás le traía briznas de esperanza.
El sol, antaño implacable con su
aterciopelada piel, ofrecía una tregua que no menguaba su majestuoso brillo.
Así era, el astro rey deseaba su compañía y le enviaba como emisaria de su
propuesta aquella suave brisa que, conocedora de sus anhelos, compartía
embriagantes olores traídos de lejanos lugares; aquellos con los que había
soñado y a los que únicamente viajaría con su imaginación.
Cerró los ojos y disfrutó paladeando
cada uno de los aromas tratando de identificar su procedencia, mientras se
acrecentaba en su interior el deseo de convertirse en pequeñas partículas que
acompañasen al viento en su continuo viaje por el mundo.
Quizás fuese sólo un falso
presentimiento provocado por la sed de aventuras propia del alma los cautivos,
pero podía sentir en cada fibra de su ser que, a pesar de que sus penurias no
habían hecho más que comenzar, afrontaría sus miedos y su difícil situación y
resurgiría de sus cenizas cual fénix, gozando al fin de la libertad en la que
con tanto deseo pensaba.
Un instante después una amarga
sonrisa cruzó su rostro al visualizar su ingenua utopía. No existía astro en el
universo, ni brisa incitante capaces de romper las cadenas de su encierro, pues
no son las cadenas físicas las que más fuerte nos atan. Tampoco contaría, a diferencia de los protagonistas de sus historias favoritas, con la ayuda de paladines defensores, magos, duendes o elfos sanadores, pues su guerra se libraba en el mundo real, y no en las suaves páginas de uno de sus libros. Sería una batalla épica por su vida, en la cual se
enfrentaría a su peor y más cruento enemigo: ella misma.
Tal vez aún no estuviese
preparada para afrontar tal desafío, pero el momento de tomar las riendas había
llegado. Valiente sabedora de que no tenía nada más por perder y todo por
ganar, aceptó su primera misión para derrotarse: llegar a conocerse a sí misma.