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7.9.11

time of changes...


Los días veraniegos habían sido tediosos y nada agradables desde que volviese del viaje. Interminables y calurosos, habían extendido sus jornadas a lo largo de las semanas, sin apenas vislumbrarse en ellos la promesa del ansiado otoño.
No obstante, aquella tarde que tanto se asemejaba a las demás le traía briznas de esperanza.
El sol, antaño implacable con su aterciopelada piel, ofrecía una tregua que no menguaba su majestuoso brillo. Así era, el astro rey deseaba su compañía y le enviaba como emisaria de su propuesta aquella suave brisa que, conocedora de sus anhelos, compartía embriagantes olores traídos de lejanos lugares; aquellos con los que había soñado y a los que únicamente viajaría con su imaginación.
Cerró los ojos y disfrutó paladeando cada uno de los aromas tratando de identificar su procedencia, mientras se acrecentaba en su interior el deseo de convertirse en pequeñas partículas que acompañasen al viento en su continuo viaje por el mundo.
Quizás fuese sólo un falso presentimiento provocado por la sed de aventuras propia del alma los cautivos, pero podía sentir en cada fibra de su ser que, a pesar de que sus penurias no habían hecho más que comenzar, afrontaría sus miedos y su difícil situación y resurgiría de sus cenizas cual fénix, gozando al fin de la libertad en la que con tanto deseo pensaba.
Un instante después una amarga sonrisa cruzó su rostro al visualizar su ingenua utopía. No existía astro en el universo, ni brisa incitante capaces de romper las cadenas de su encierro, pues no son las cadenas físicas las que más fuerte nos atan. Tampoco contaría, a diferencia de los protagonistas de sus historias favoritas, con la ayuda de paladines defensores, magos, duendes o elfos sanadores, pues su guerra se libraba en el mundo real, y no en las suaves páginas de uno de sus libros. Sería una batalla épica por su vida, en la cual se enfrentaría a su peor y más cruento enemigo: ella misma.
Tal vez aún no estuviese preparada para afrontar tal desafío, pero el momento de tomar las riendas había llegado. Valiente sabedora de que no tenía nada más por perder y todo por ganar, aceptó su primera misión para derrotarse: llegar a conocerse a sí misma